martes, 6 de marzo de 2012

CRÍTICA DE "EL GATO DESAPARECE"

El gato desaparece (2011)
Dirigida por: Carlos Sorin
Música: Nicolás Sorín
Reparto: Beatriz Spelzini, Luis Luque, Norma Argentina...

Argumento: Después de varios meses de internamiento en una clínica psiquiátrica, a raíz de un violento e inesperado brote psicótico, los médicos dan de alta a Luis. Beatriz, su mujer, experimenta sentimientos contrapuestos: por un lado, la alegría de recuperar a quien ha sido su pareja durante 25 años, la persona con la que ha compartido tantos proyectos; pero, por otro, la inquietud que le produce no saber si seguirá siendo el mismo de antes o si, por el contrario, aquel oscuro episodio volverá a repetirse.


                                                              UN GATO EN EL CEREBRO 
                                                          Por Alejandro Chacón Ruiz.

Como realizadores, tanto Carlos Sorín como Lucio Fulci se encuentran en las antípodas el uno respecto al otro. Pero el caso es que el sanguinario maestro italiano rodaba en 1990 "Un gato nel cervello", el truculento viaje hacia la locura de un director de cine aquejado de tortuosos trastornos mentales...y el gato era su gran alegoría pesadillesca.
 
Desde el otro hemisferio (creativo y geográfico) Sorín nos habla con titubeante inquietud del virus de la paranoia. Y resuelve el cometido deslizando su cámara por los railes más académicos, reflejando una impecable factura donde lo formal posee un equilibrio paradójico y la composición de planos parece marcada con un sólido bisturí.
Pero los fondos son universos aparte, menos dóciles y resbaladizos ante el pulso metódico: ésto queda patente en la secuencia de arranque, con ese bufonesco maniqueísmo del informe psicológico a cuatro bandas. O las espantosas bifurcaciones humorísticas (ese recital quechua que pretendía ser un gag simpático y se reduce a mutilación de climax) y la apabullante irregularidad de los actores (frente a la excelente pareja protagonista y a una siempre inmensa Norma Argentina, aparecen personajes como el Doctor Anaya, cuya actitud y lineas de diálogo levantarían a Stanislavski de la tumba como uno de los zombis más feroces de Fulci).
 
Volviendo al matrimonio protagonista, Sorín dibuja sorprendentes y creíbles evoluciones. Muestra con brillantez las conductas obsesivas del marido (esos rituales alimentarios) y esa visión de la sanación no como reencuentro, sino como punto y aparte (los libros que van y vienen entre decorados que en realidad son meros habitáculos neuronales). Y la esposa, en cambio, acaba convirtiéndose en una voyeur dentro de su propio hogar, desordenado su cordura mientras su marido ordena su locura.
Y en éste punto, el director consigue salpicar al propio espectador, generándole morbosas expectativas que acaban felizmente truncadas, como la secuencia en el que la asistente saca la carne cruda del congelador...situación que deriva en un malicioso twist final que adolece de un innecesario plano detalle.
 
Carlos Sorín ubica su película entre el orden y el caos, un punto medio errado sin duda alguna. Pero siembra reflexiones. Definía Stephen King en uno de sus relatos a la locura como "una bandada de pájaros que picotean la carne de la razón". Tras lo visto y percibido, tal vez la locura es un gato astuto que siempre es pardo en la noche de la mente humana.

NIVEL DE VICIO: 6

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